No a la indiferencia

En su mensaje para la Jornada Mundial de los Pobres, que se celebra el domingo 19 de noviembre con el lema «no apartes tu rostro del pobre», el Papa dice que «cuando estamos ante un pobre no podemos volver la mirada hacia otra parte, porque eso nos impedirá encontrarnos con el rostro del Señor Jesús. Y fijémonos bien en esa expresión “de ningún pobre”. Cada uno de ellos es nuestro prójimo. No importa el color de la piel, la condición social, la procedencia. Si soy pobre, puedo reconocer quién es el hermano que realmente me necesita. Estamos llamados a encontrar a cada pobre y a cada tipo de pobreza, sacudiendo de nosotros la indiferencia y la banalidad con las que escudamos un bienestar ilusorio».

Francisco nos invita a buscar todos los tipos de pobres y todos los tipos de pobreza, sin importarnos el color de la piel, la condición social o la procedencia. Esto quiere decir que la pobreza no consiste solamente en la falta de recursos materiales. Es pobre quien no tiene qué comer o con qué vestirse, pero lo es también quien es secuestrado, quien vive bajo el temor de los misiles o de las bombas, quien es discriminado por su condición social o sus creencias religiosas o por el simple hecho de ser ciudadano de un determinado país.

El Sínodo de la Sinodalidad, cuya primera asamblea se acaba de celebrar en Roma, nos ha ayudado a tomar conciencia de la necesidad de escucharnos, de aceptar que hay muchas y diversas maneras de entender la realidad eclesial, pero que lo importante es la comunión y el saber caminar juntos a pesar de nuestra diversidad. No podemos ser indiferentes ante ello. Por otra parte, las guerras que asolan nuestro mundo, a las que se une ahora el recrudecimiento de la situación en Medio Oriente, no hacen sino evidenciar que el odio, la venganza o la violencia nunca serán el camino correcto para la resolución de los conflictos.
Ante todo esto, el Papa nos invita en su mensaje a alejar de nosotros la indiferencia y la banalidad, a no apartar nuestra mirada de los pobres: de aquellos que no tienen lo mínimo para vivir, de los que abandonan su tierra y se juegan la vida en el mar o ante las vallas fronterizas para buscar una vida mejor o, sencillamente, pare poder sobrevivir. El peor mal que padece la humanidad no son las guerras ni la pobreza, es la indiferencia. No miremos hacia otro lado.



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